viernes, 18 de septiembre de 2015

La otra división

El Litoral
Por Martín Kohan (*)
¿Qué es lo concreto del arte concreto? ¿Qué es lo concreto de los artistas concretos? ¿Y qué es lo concreto de estos Poemas concretos de Cecilia Romana, que se dejan atravesar de lado a lado por referencias a artistas y a obras del concretismo, pero están dominados más que nada por la sensación de que hay algo que se pierde o se ha perdido y no termina de saberse qué es? Esos artistas y esas obras que los poemas, uno tras otro, recorren, no se disponen como en una muestra, mucho menos como en un catálogo; se invocan para designar, cada vez, en cada texto, algo que hubo y dejó de haber, o que se esperaba y no llegó, que se buscaba y nunca se tuvo. Si hay un catálogo, es de tristezas:
“... quizás no me hicieras esperar / en esa puerta triste”;
“... la tristeza / de su taller en el 94”;
“... los mundos predecibles que me gustan: / evitan que la tristeza aparezca”;
“... Diez años después, / en Carlos Calvo esquina Perú, leí esos poemas tristes / sobre Chile que hicieron llorar a todos”;
“... estaba demasiado triste para hablar de alguien / que nunca tuvo suerte, igual que yo, que no tengo suerte”.
Si los mundos predecibles gustan porque salvan de la tristeza, ¿qué decir de la literatura, que “es más bien una lotería” , o sea, lo impredecible por definición? La literatura no es el arte, dice Cecilia Romana, o no es como el arte; es lotería, es mundo impredecible, en fin, es tristeza. Así los Poemas concretos acechan el arte, convocan el arte, se impregnan de arte, se nutren de arte; pero son, fatalmente, claro está, literatura. No evitan que la tristeza aparezca. Hacen más bien lo contrario.
Un afán muy recurrente que ponen en escena estos textos es el de ir en procura de un artista: ir a verlo (pero teniendo que esperar en la puerta triste), llegar hasta el artista (pero para saber que no hacía falta), ir a mirarlo (pero para terminar siendo mirada por él en “un acto tan ordinario”), seguir al artista (pero para perder algo), pedir un cuadro (pero para encontrarlo, años después, en un museo), esperar al artista (pero que no llegará), buscar al artista (pero para tratar de olvidarlo). De eso están hechos estos Poemas concretos: de pérdidas, de abandonos, de desencuentros. En “Correa Morales”, escribe Romana: “Él, cansado de hacer siempre / lo mismo, con fiebre, muchas veces, / elige estar solo; luego, cierra la puerta. Yo, / insistente sin remedio, golpeo, / golpeo, y me salgo con la mía”. Otra puerta triste, cerrada para estar solo, ¿de qué sirve salirse con la suya, si es a fuerza de insistencia; qué es salirse y qué es la suya, si es a fuerza de golpear y golpear? De un lado de la puerta, un artista “con fiebre”; del otro lado de esa misma puerta, una poeta “sin remedio”.
Son poemas de un querer “como nunca quise a nadie”, o de un querer “exageradamente”, o de un querer tanto que es preciso no decirlo (“lo quiere tanto, / que si se lo dijera, arruinaría todo”). Y sin embargo, todo en ellos se resuelve en despedidas o en bifurcaciones, en perderse o en no saber qué hacer al estar juntos (“Quizás nunca más pisemos esta plaza / juntos”); “La calle se abre en dos: por un lado estoy yo, por el otro / nuestra vida juntos”). Pero el arte, pese a todo, proporciona un recurso posible, su regla: la perspectiva, una forma de mirar, un lugar y una distancia.
Todo es cuestión de perspectiva, de situarse cerca o lejos: “De lejos, / tus zapatos fundan un mundo. De cerca, se le ven las manchas”. Con una suficiente distancia, cambia la forma de lo que se alcanza a ver: “Como esos círculos de colores / que se confunden a la distancia con una línea recta, / tus viajes me hacían verte distinto de lo que eras en realidad”. Con una distancia suficiente, bajo una determinada perspectiva, lo separado, lo fatalmente separado, puede llegar a verse junto, no sólo en el espacio, sino también en el tiempo: “Dos pinos: él y yo. Uno mucho más lejos / que el otro y el ojo de alguien que los alinea / en el tiempo”. Este es, en cierto modo, el afán de los Poemas concretos: dar con el punto de mira que permite alinear lo que, en verdad, está separado; que parezca junto lo que en verdad no lo está.
Pero esa especie de ilusión (ilusión óptica o ilusión a secas), anhelada y obtenida en los artistas concretos, se encuentra, en los Poemas concretos, con una limitación inexorable: las palabras, más allá de lo que pueda conseguirse con el alineamiento de cada verso y con el encabalgamiento de verso en verso, quedan siempre fatalmente separados unas de otras. Parecen juntas si se las ve de lejos, en efecto; pero revelan su verdadera condición de aisladas apenas uno se acerca, apenas uno las quiere leer.
Será por eso, seguramente, que Cecilia Romana escribe: “Pero la literatura no es el arte”: en ella impera lo finalmente separado, lo que no termina de juntarse (no es así en la portada del libro, imagen de Pablo Siquier). Hay en los poemas, pese a todo, una línea de fuga posible. Línea de fuga respecto de los museos, las galerías, el selecto mercado del arte. Una fuga al mundo popular, al Club Iguazú de Floresta, con su chico de los pedidos, sus baños oscuros, “la publicidad de una cerveza que ya no toma nadie”, las fotos de All Boys en la pared. Por supuesto: esto tampoco es el arte. Pero en este club, el Iguazú, “quedaría bien el cuadro / grande, de fondo blanco y líneas negras que se cruzan”, porque esos colores son también los colores de All Boys. Y All Boys, por obra y gracia del significante, no es otra cosa que un cuadro.
Ese club, o esos clubes, All Boys y el Iguazú, definen una línea de fuga para la esfera concreta del arte concreto. Pero en ese otro mundo, el popular, existe otra realidad concreta: la del descenso. Primero como futuro presentido (“sufro porque hace tres fechas que no ganamos y si Tigre / se hace fuerte el fin de semana, nos manda a la otra división”) y luego como hecho consumado (“No sirve lamentarse porque nos fuimos a la B”). Es decir que la línea de fuga lo es respecto del circuito de la sofisticación del arte; pero no lo es respecto de la tristeza. Queda, pese a todo, en el verso final de “Albo”, una ilusión: que “vuelva a jugar en Primera a partir del 2016”. Que es ilusión en tanto el 2016 es algo que se ve de lejos. Pero a medida que la distancia se acorta, a medida que ese año se acerca, también en este universo impera la evidencia de lo perdido, la de la fatal división, la de la otra división.
Cecilia Romana. Foto: Estela Fares
(*) Presentación de “Poemas concretos” en el Centro Cultural de la Cooperación. Buenos Aires, 24 de agosto de 2015.
Pinturas: 1)“Construcción” (1945), de Alfredo Hlito y 2) Obra de Tomás Maldonado.

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