Por Roberto D. Malatesta
“La pura luz”, de Diego Bentivegna. Editorial Cabiria. Buenos Aires, 2015.
Leemos al inicio del libro, versos de H. Viel Temperley, de Hospital Británico. “Tengo la cabeza vendada. Permanezco en el pecho de la luz horas y horas. Soy Feliz. Me han sacado del mundo”.
Así nos introduce, Bentivegna a su poemario, o sea “nos saca del mundo” nos lleva a un hospital de provincia, nos lleva a su infancia, nos lleva al dolor que llora por las noches.
Este “poema acéfalo” es el primero de los tres que integran el libro. En él dice: “Podrían extraerme la cabeza / separarla del tronco”. Como los tártaros u otros pueblos bárbaros que cultivan el arte con los cráneos de los enemigos, el poema se quita la cabeza y la exhibe repleta de electrodos.
Ningún poema es cruel o triste, la crueldad, todo niño enfermo en su inocencia la siente, y al sentirla, siente una infinita tristeza. La tristeza y la crueldad son materiales irresistibles para el poeta, despiden el deseo de convertirse en palabras. Bentivegna, como todo buen poeta, no resiste.
Un cometa, un trapo retorcido, la tela de una araña, un plano del mundo, un campo de tensiones, un queso con gusanos, todas éstas y muchas más metáforas de un cerebro de un niño que llora por las noches, que está sentado solo, inmóvil, en una sala blanca en algún hospital de la provincia, pero no son reales las metáforas, lo real es su lengua que emite las señales del poema...
Los tres poemas que integran el libro tienen en común el sonido, escritos en un verso libre afilado, que suena como un mandala, o su versión occidental, la letanía.
El segundo “La loca croata” dice “mi amor es mi locura” y el personaje, la loca, sube a los trenes, en el Ferrocarril Belgrano, a “salir” de Zagreb, vestida de negro porque están todos muertos. Locura que nace de la crueldad, la crueldad, esa fábrica de locura y miedo. La loca se pasea por Europa desde el Ferrocarril Belgrano, todo un paisaje suburbano, ahí nomás, a pasos de los rieles, un pueblo polaco de judíos, un pueblo eslavo del que sólo quedan muertos apilados...
Una calle de tierra entre los plátanos, “calle Tamborini”, tercer poema del libro, ahora la palabra es un musgo, un alga que corre por la lengua, Padelai, Patronato de la Infancia, sigue la historia cruel, el miedo, dijimos, ningún poema es cruel ni triste, la única felicidad es el hecho estético. Ahora, otra vez con ocho años, pero ya no la inmovilidad, corre por el campo la voz del poema, dejando atrás a los chicos del traje oscuro del patronato. Ahora en el campo junta los restos del trueno y soplan panaderos que se desarman en el aire. Ningún poema es feliz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario