Por Andrés Tejada Gómez
Diego Bentivegna y Mateo Niro concretaron la audacia de reunir a treinta “lectores profesionales” para brindarnos, a través de cada uno de los participantes, una reseña sobre un texto —novela, cuento, poesía— escrito durante el período de la democracia. El resultado final de la constelación de afirmaciones e hipótesis resulta dispar y, por lo tanto, atractivo en su variedad de percepciones críticas.
Algunos autores exponen con sinceridad su metodología. Gabriela Cabezón Cámara, por ejemplo, nos informa: “Yo, que no soy crítica sino escritora…”, en una endeble proyección genealógica sobre El gran surubí, de Pedro Mairal. Félix Bruzzone pertenece a la misma categoría. Ambos optaron por textos que podrían considerarse antecedentes de sus producciones. El lector se encontrará también con críticos académicos-escritores, acostumbrados a ejercer de manera paralela el juicio metódico y la narración. Martín Kohan apela a su imaginación crítica para dedicarse a las caracterizaciones de la guerra en Los pichiciegos, de Fogwill, y ofrece una sugerente interpretación de su enmarañada representación político-literaria. Daniel Link apuesta por el cruce entre una escueta biografía de Jorge Baron Biza y los meandros lingüísticos implantados en El desierto y su semilla. Ambos ensayos presentan una lectura oportuna y profunda de los textos elegidos, sin sucumbir a la tentación de rendirse ante el marco de alguna teoría en boga. Por otro lado, Gonzalo Aguilar, Jorge Monteleone, Laura Isola, Paola Cortes-Rocca y Soledad Quereilhac se afirman en una tradición de críticos universitarios munidos de ademanes y conceptos técnicos. Su aporte es valorable a pesar de que puede lamentarse la carencia de un tono polémico o provocador en sus hipótesis. Los autores escogidos por cada uno —Néstor Perlongher, Hugo Padeletti, Matilde Sánchez, Mariano Llinás, Aníbal Jarkowski— acaso se hubieran beneficiado con una “mala lectura”, considerada en los términos de Harold Bloom. Por fin, desde el rincón de la crítica cultural y periodística se incluyen reseñas que se ajustan con soltura a los requerimientos de los editores.
Bentivegna y Niro apuntan en el prólogo sobre el propósito de su repertorio: “Este libro no es un mapa, no es una antología, no es una bitácora”. Demuestran una neutral prudencia al denominar el fragmento temporal de publicación (desde 1983 hasta nuestros días) como “un espacio literario complejo […], una colección que, como tal, halla regularidades e imagina puentes donde hay heterodoxia y dispersión”. Tal vez, asimilando y discerniendo el recorte aplicado por los editores, no podamos dejar de lamentar la ausencia de lecturas de otros textos destacados: Historia argentina, de Rodrigo Fresán, El traductor, de Salvador Benesdra, Donde yo no estaba, de Marcelo Cohen, o El jardín de las máquinas parlantes, de Alberto Laiseca. Asimismo, la omisión del género ensayístico incomoda porque Operación Masotta, de Carlos Correas, Restos pampeanos, de Horacio González, Escenas de la vida posmoderna, de Beatriz Sarlo, o Mal de ojo, de Christian Ferrer, podrían considerarse merecedores de un lugar, ya que sus conjeturas han calado hondo en las transformaciones político-culturales acaecidas en democracia. Tal vez debemos ser pacientes en la espera de otra compilación complementaria.
Diego Bentivegna y Mateo Niro (eds.), La república posible. 30 lecturas de 30 libros en democracia, Cabiria, 2014, 220 págs.
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